domingo, agosto 20, 2006

Me sumerjo en el agua fría. No veo nada. Corro entre muros de hormigón. Más que temor ganas de que arribe ese final ya escrito de antemano. Es estúpido querer esconderse tras las palabras. La mentira rezuma por los poros como un pegajoso sudor. Olor a calzoncillos sucios húmedos. De no ser por el fastidio que supondría dejar todo manchado de sangre, me cortaría la cabeza.
Cabalgamos sobre la bala roja. Las consecuencias no importan. "Reverence" de los J&M Chain. Puro miedo reciclado como un cristal puesto sobre el fuego.
Auto-convencimiento. Alarde interior. Más mentiras (estas al menos propias). Ignorancia disfrazada. Mini9sterio portátil en busca de lalgo entre simbólico y real de iniciación desprovista. Ming I, Faitha. Más que buscando, pretendiendo. Galería interminable de rostros velados por luces estroboscópicas. Mirando atrás veo el virus saltando frontera, propulsado por la misma fiebre interior que me permite confundirme entre los cuerpos y también fuera de ellos. Mascando hielo. Lobas con piel de cordero y corderos con piel de lobo. Toda una pequeña muestra biológica del zoo de circo arruinado. Bala tras bala van cayendo todos.
Por un momento escapo de la maldición del café del Lidl y las tazas sucias. La piel envejece a la velocidad de polillas hacia la luz de bombillas amarillas. Me miras asomada a ventanas ardiendo. Las líneas de la carretera se confunden con las de la autopista espacial que cabalgamos. La única premisa es ser malo. La única premisa es "no arrepentirse".
Todo lo que merece la pena, todo lo que puede haber de bueno esperándonos, es amargo como la hiel. Ello no le quita fascinación sino que lo hace más mórbido. La interpretación tiránica es una forma de fascinación por el Síndrome de Estocolmo.

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